viernes, 28 de diciembre de 2012

"El Costurero"


Recostado sobre la hamaca con un libro que harto de verme descansaba sobre mi pecho, mis ojos somnolientos se entrecerraban, los segundos caminaban a pie de puntilla cantando canciones de cuna en su tic tac, y se liberaba una batalla entre dormir y no dormir. Mis parpados perdían fuerza en cada abrir y cerrar de mis ojos. El sueño quería aprovecharse de mí y lo hacía, yo tenía miedo; odio soñar porque cuando sueño vienen a mí imágenes que no entiendo, noches desenfrenadas, mujeres que gritan sangre, calles oscuras y alaridos de espanto que me alteran y aterran, no puedo escapar de ellos, parecen fotos de antaño que cobran vida en castillos inmensos, en celdas mugrientas y pestilentes, por calles infinitas y moribundas, cuartos manchados con sangre y una luz tenue que se hace la única testigo de lo que pasa. Rostros aterradores me acechan, y sus miradas son siempre las mismas; ojos vacíos, tristes e infernales, afligidos, languidecientes y temerosos. En las noches invernales, cuando las tormentas parecen quebrar el cielo es cuando más me martirizo, suelo esconderme debajo de la cama, abrazándome a mí mismo con fuerza, muchas veces sentí pasos que rodeaban la casa, perros que ladraban en mi puerta, chillidos que entraban a través de los postigos y se quedaban a mi lado. La mañana era mi único refugio contra la soledad y el miedo.
No pude mas y dormí, ¿será la hamaca que comenzó a mecerse de esa forma tan sosegada la que me durmió? ¿O será el viento que bailaba con mi pelo que me hipnotizo y me dejo aquí en este maldito lugar? Así comenzaba mi cuestionario. Estaba recostado, o tal vez parado… o quizá flotando, nada había y nada podía sentir, era un espacio de vacío infinito color grisáceo, de repente toda esa nada se convirtió en un pequeño dormitorio;  me encontré recostado sobre la cama, sentí un olor a colonia barata que se combinaba con el olor a humedad de las paredes, mire al costado y en un gran espejo me vi, era yo pero distinto, tenía mis ojos, mi mirada, pero mi pelo era largo, mi piel blanca y podía notar una cicatriz que me cubría el brazo, de repente escuche una voz que simulaba sensualidad, pero una sensualidad demacrada y exigua , se apago la luz, una franja de la luz del otro cuarto quedo iluminando parte de la pieza, parecía salir del baño y una mujer flaca casi escuálida intentaba seducirme, vestía un tul transparente que cubría apenas sus partes, no podía ver bien su rostro, yo no quería nada, aun así escuchaba que mi boca involuntariamente de mí le decía:
-          Que hermosa estas- ¡que mierda estoy diciendo si no es verdad (pensaba "mi yo consiente”)- Y ella replico
-          ¿Te gusta mi cuerpo?
-          Me encanta ¿venís para acá, o voy por vos?- con una risa sínica y sobreactuada.
Unos besos exagerados con caricias arrebatadas daban pie a un sexo salvaje, sentía repulsión e incomodidad, ¡maldito sueño que no acaba! Pero al mismo tiempo podía percibir el placer “del yo de mi sueño”. Sentía como arañaba mi espalda mientras la penetraba con furia, gritaba y más me excitaban sus gemidos; más asco me producía, pero más me gustaba esa sensación, quería despertar pero no podía, aunque adoraba estar allí, parecía una pesadilla de nunca acabar pero que rogaba que no concluya. Cuando al fin termino el sexo se sentía el sudor que nos recubría, el olor de su cuerpo era horrible. Unos minutos después, recostados uno al lado del otro y sin nada de qué hablar, comenzó su jugada diciendo:
-          Me voy.
-          Bueno espera que busco la plata- le respondí
-          Bueno dale dale, me voy vistiendo entonces.
Me levante y fui a buscar un bolso, ella se vestía, se ponía una pollera corta mientras buscaba su blusa; del bolso saque unos billetes y una especie de cuchillo, me acerque sigiloso, vio mi sombra y se dio vuelta sonriendo pero no atine a otra cosa que clavarle el cuchillo en el pecho, dio un grito desgarrador, tape su boca y la empujé contra la pared, sentía que la adrenalina y un entrevero de miedo y omnipotencia se apoderaban de mí, reía delirante mientras seguía hundiendo mi puñal contra su pecho, cayó al piso y éste se vistió de sangre, me humedecí los dedos con la sangre desparramada y anote una fecha en la puerta: “dom 25 sep ‘56”. Puse la plata en su mano, corte un trozo de su pollera, y limpie donde habían estado mis huellas, me puse una campera y cubrí mi cara con una bufanda, salí del cuarto caminando displicente y soberbio. Abrí la puerta de salida y una oscuridad me absorbió; volví a la hamaca, desperté con miedo, sollozando y tiritando de frío era ya de noche, entre a mi cuarto, abrí el ropero y saque una caja, una larga tela hecha de pedazos de otras telas cosidas entre si me hacían pensar otra vez, ¿desde cuándo tengo esta caja? Y… ¿por qué? Sin embargo algo me tentaba a seguir cociendo nuevos trozos para que sigan completando esa especie de bandera hecha de trapos vetustos, sucios, manchados de sangre mugre y malolientes, llenos de gritos y muerte entre sus hilos que no paraba de crecer, y que me elegía a mi para que sea su "costurero"

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